In chapter three of "The War of the Worlds," the narrator finds a group of people surrounding the massive cylinder in the communal field of Horsell. Some boys were throwing stones at it, but the narrator puts a stop to it and explains what it is. The crowd is disappointed to not see any dead bodies inside. Later, the narrator goes into the pit and hears movement. He realizes that the cylinder has come from Mars but doubts that it contains living beings. In chapter four, the crowd grows larger as the cylinder is being opened. A tentacle-like creature emerges, horrifying everyone.
LA GUERRA DE LOS MUNDOS CAPĆTULO NĆMERO TRES EN EL CAMPO COMUNAL DE HORSELL EncontrĆ© un grupo de unas veinte personas que rodeaba el enorme pozo en el cual reposaba el cilindro. Ya he descrito el aspecto de aquel cuerpo colosal sepultado en el suelo, el cĆ©sped y la tierra que los rodeaban parecĆan chamuscados como por una explosión sĆŗbita. Sin duda alguna, habĆa se producido una llamarada por la fuerza del impacto. Henderson y Ogilvy no estaban allĆ. Creo que se dieron cuenta de que no se podĆa hacer nada por el momento y fueron a desayunar a casa del primero.
HabĆa cuatro o cinco muchachos sentados en el borde del pozo y todos ellos se divertĆan arrojando piedras a la gigantesca masa. Puse punto final a esa diversión y despuĆ©s de explicarles de quĆ© se trataba, se pusieron a jugar a la mancha corriendo entre los curiosos. En el grupo de personas mayores habĆa un par de ciclistas, un jardinero que solĆa trabajar en casa, una niƱa con un bebĆ© en brazos, el carnicero Greg y su hijito, y dos o tres holgazanes que tenĆan la costumbre de vagabundear por la estación.
Se hablaba poco. En aquellos dĆas, el pueblo inglĆ©s poseĆa conocimientos muy vagos sobre astronomĆa. Casi todos ellos miraban en silencio el extremo chato del cilindro, el cual estaba aĆŗn tal como lo dejaran Ogilvy y Henderson. Me figuro que se sentĆan desengaƱados al no ver una pila de cadĆ”veres chamuscados. Algunos se fueron mientras me hallaba yo allĆ y tambiĆ©n llegaron otros. EntrĆ© en el pozo y me pareció oĆr varios movimientos a mis pies. Era evidente que la tapa habĆa dejado de rotar.
Sólo entonces, cuando me acerquĆ© tanto al objeto, me di cuenta de lo extraƱo que era. A primera vista no resultaba mĆ”s interesante que un carro tumbado o un Ć”rbol derribado a travĆ©s del camino, ni siquiera eso. MĆ”s que nada, parecĆa un tambor de gas oxidado y semienterrado. Era necesario poseer cierta medida de educación cientĆfica para percibir que las estamas grises que cubrĆan el objeto no eran de óxido comĆŗn y que el metal amarillo blancuzco que reucĆa en la abertura de la tapa tenĆa un matiz poco familiar.
El tĆ©rmino extraterrestre no tenĆa significado alguno para la mayorĆa de los mirones. Al mismo tiempo, me hice cargo perfectamente de que el objeto habĆa llegado desde el planeta Marte, pero creĆ improbable que contuviera seres vivos. PensĆ© que la tapa se desenroscaba automĆ”ticamente. A pesar de las afirmaciones de Ogilvy, era partidario de la teorĆa de que habĆa habitantes en Marte. ComencĆ© a pensar en la posibilidad de que el cilindro contuviera algĆŗn manuscrito, e inseguida imaginĆ© lo difĆcil que resultarĆa su traducción, para preguntarme luego si no habrĆa adentro monedas y modelos u otras por el estilo.
No obstante, me dije que era demasiado grande para tales propósitos y sentĆ impaciencia por verlo abierto. Alrededor de las nueve, al ver que no ocurrĆa nada, regresĆ© a mi casa de Mabry, pero me fue muy difĆcil ponerme a trabajar en mis investigaciones abstractas. En la tarde habĆa cambiado mucho el aspecto del campo comunal. Las primeras ediciones de los diarios expertinos habĆan sorprendido a Londres con enormes titulares como el que sigue, Ā«Se recibe un mensaje de MarteĀ».
AdemĆ”s, el telegrama enviado por Ogilvy a la Sociedad Astronómica habĆa despertado la atención de todos los observatorios del reino. HabĆa mĆ”s de media docena de coches de la estación de Walking parados en el camino cerca de los arenales, un sulky procedente de Chobham y un carroja de aspecto majestuoso. AdemĆ”s, vi un gran nĆŗmero de bicicletas, y a pesar del calor reinante, gran cantidad de personas debĆan haberse trasladado a pie desde Walking y Chitsey, de modo que encontrĆ© allĆ una multitud considerable.
HacĆa mucho calor. No se veĆa una sola nube en el cielo. No soplaba la mĆ”s leve brisa y la Ćŗnica sombra proyectada en el suelo era la de los escasos pinos. HabĆa sextinguido el fuego en los bresos, pero el terreno llano que se extendĆa hacia Othershaw estaba ennegrecido en todo lo que alcanzaba a divisar la vista, y del mismo elevaba todavĆa el humo en pequeƱas pulutas. Un comerciante emprendedor habĆa enviado a su hijo con una carretilla llena de manzanas y botellas de gaseosas.
AcercĆ”ndome al borde del pozo, lo vi ocupado por un grupo constituido por media docena de hombres. Estaban allĆ Henderson, Ogilvy y un individuo alto y rubio que, segĆŗn supe despuĆ©s, era Stend, astrónomo del Observatorio Real, con varios obreros que blandĆan palas y picos. Stend daba órdenes con voz clara y aguda. Se hallaba de pie sobre el cilindro, el cual parecĆa estar ya mucho mĆ”s frĆo. Su rostro mostrabase enrojecido y lleno de transpiración, y algo parecĆa irritarle.
Una gran parte del cilindro estaba ya al descubierto, aunque su extremo inferior se encontraba todavĆa sepultado. Tan pronto como me vio Ogilvy entre los curiosos, me invitó a bajar y me preguntó si tendrĆa inconveniente en ir a ver a Lord Hilton, el seƱor del castillo. Agregó que la multitud, y en especial los muchachos, dificultaba los trabajos de excavación. Deseaban colocar una barandilla para que la gente se mantuviera a distancia. Me dijo que de cuando en cuando se oĆa un ruido procedente del interior del casco, pero que los obreros no habĆan podido destornillar la tapa, ya que Ć©sta no presentaba protuberancia ni asidero alguno.
Las paredes del cilindro parecĆan ser extraordinariamente gruesas, y era posible que los leves sonidos que oĆan fueran en realidad gritos y golpes muy fuertes procedentes del interior. Me alegrĆ© de hacerle el favor que me pedĆa, ganando asĆ el derecho de ser uno de los espectadores privilegiados que serĆan admitidos dentro del recinto proyectado. No hallĆ© a Lord Hilton en su casa, pero me informaron que lo esperaba en el tren que llegarĆa de Londres a las seis. Como aĆŗn eran las cinco y cuarto, me fui a casa a tomar el tĆ© y echĆ© luego a andar hacia la estación para recibirlo.
CAPĆTULO NĆMERO CUATRO REABRE EL CILINDRO Se ponĆa ya el sol cuando volvĆa al campo comunal. Varios grupos diseminados llegaban apresuradamente desde Woking, y una o dos personas regresaban a sus hogares. La multitud que rodeaba el pozo habĆa se acrecentado y se recortaba contra el cielo amarillento. Eran quizĆ”s unas doscientas personas. OĆ voces y me pareció notar movimientos, asĆ como de lucha, alrededor de la excavación. Esto hizo que imaginara cosas raras. Al acercarme mĆ”s oĆ la voz de Stent.
āĀ”AtrĆ”s! Ā”AtrĆ”s! Un muchacho adelantóse corriendo hacia mĆ. āĀ”Se estĆ” moviendo! āme dijo al pasar. āĀ”Se desenrosca! Ā”No me gusta! Ā”Me voy a casa! SeguĆa avanzando hacia la multitud. Tuve la impresión de que habĆa doscientas o trescientas personas dĆ”ndose codazos y empujĆ”ndose unas a otras, y entre ellas no eran las mujeres las menos activas. āĀ”Se ha caĆdo el pozo! āgritó alguien. āĀ”AtrĆ”s! āexclamaron varios. La muchedumbre se apartó un tanto y aprovechĆ© la oportunidad para abrirme paso a codazos.
ParecĆan muy excitados y oĆ un zumbido procedente del pozo. āĀ”Oiga! āexclamó Ogilvy en ese momentoā. Ā”AyĆŗdenos a mantener a raya a estos idiotas! Ā”TodavĆa no sabemos lo que hay dentro de este condenado casco! Vi a un joven dependiente de una tienda de walking que se hallaba parado sobre el cilindro y trataba de salir del pozo. El gentĆo le habĆa hecho caer con sus empujones. Desde el interior del casco estaban desenroscando la tapa, y ya se veĆan unos cincuenta centĆmetros de la reluciente rosca.
Alguien se tropezó conmigo y estuve a punto de caer sobre la tapa. Me volvĆ, y al hacerlo, debió haberse terminado de efectuar la abertura, y la tapa cayó a tierra con un sonoro golpe. Di un codazo a la persona que estaba detrĆ”s de mĆ y volvĆ de nuevo la cabeza hacia el objeto. Por un momento me pareció que la cavidad circular era completamente negra. TenĆa entonces el sol frente a los ojos. Creo que todos esperaban ver salir a un hombre, quizĆ” algo diferente de los terrestres, pero en esencia un ser como los humanos.
Estoy seguro de que tal fue mi idea, pero mientras miraba vi algo que se movĆa entre las sombras. Era de color gris y se movĆa sinuosamente. DespuĆ©s percibĆ dos discos luminosos parecidos a ojos. Un momento mĆ”s tarde se proyectó en el aire y hacia mĆ algo que se asemejaba a una serpiente gris no mĆ”s gruesa que un bastón. A ese primer tentĆ”culo siguió inmediatamente otra. Me estremecĆ sĆŗbitamente. Una de las mujeres que estaban mĆ”s atrĆ”s lanzó un grito agudo.
Me volvĆ a medias, sin apartar los ojos del cilindro, del cual se proyectaban otros tentĆ”culos mĆ”s, y comencĆ© a empujar a la gente para alejarme del borde del pozo. Vi que el terror reemplazaba el asombro en los rostros de los que me rodeaban. OĆ exclamaciones inarticuladas procedentes de todas las gargantas, y hubo un movimiento general hacia atrĆ”s. El dependiente seguĆa esforzĆ”ndose por salir del agujero. Me encontrĆ© solo, y notĆ© que la gente del lado opuesto del pozo echaba a correr.
Entre ellos iba Stent. MirĆ© de nuevo hacia el cilindro y me dominó un temor incontrolable que me obligó a quedarme inmóvil y con los ojos fijos en el proyectil que llegara de Marte. Un bulto redondeado, grisĆ”ceo y del tamaƱo aproximado al de un oso se levantaba con lentitud y gran dificultad saliendo del cilindro. Al salir y ser iluminado por la luz, relució como el cuero mojado. Dos grandes ojos oscuros me miraban con tremenda fijeza. Era redondo, y podrĆa decirse que tenĆa cara.
HabĆa una boca bajo los ojos, la vestura temblaba, abriĆ©ndose y cerrĆ”ndose convulsivamente mientras babiaba. El cuerpo palpitaba de manera violenta. Un delgado apĆ©ndice tentacular se aferró al borde del cilindro, otro se agitó en el aire. Los que nunca han visto un marciano vivo no pueden imaginar lo horroroso de su aspecto. La extraƱa boca en forma de V, con su labio superior en punta, la ausencia de frente, la carencia de barbilla debajo del labio inferior, parecido a una cuƱa, el incesante palpitar de esa boca, los tentĆ”culos que le dan el aspecto de una gorgona, elaboró su funcionamiento de sus pulmones en nuestra atmósfera, la evidente pesadez de sus movimientos debido a la mayor fuerza de gravedad de nuestro planeta y, en especial, la extraordinaria intensidad con que miran sus ojos inmensos.
Todo ello produce un efecto muy parecido al de la nĆ”usea. Hay algo profundamente desagradable en su piel olivĆ”cea y algo terrible en la torpe lentitud de sus tediosos movimientos. AĆŗn, en aquel primer encuentro y en la primera mirada, me sentĆ dominado por la repugnancia y el terror. SĆŗbitamente desapareció el monstruo. HabĆa rebasado el borde del cilindro cayendo a tierra con un golpe sordo. Como el que podrĆa producir una gran masa de cuero al dar con fuerza en el suelo, le oĆ lanzar otro grito ronco y de inmediato apareció otra de las criaturas a la sombra profunda de la boca del cilindro.
Ante eso, me sentĆ liberado de mi inmovilidad, girĆ© sobre mis talones y echĆ© a correr desesperadamente hacia el primer grupo de Ć”rboles que se hallaban a unos cien metros de distancia, pero corrĆa a tropezones y medio de costado, pues me fue imposible dejar de mirar a los monstruos. Una vez, entre los pinos y matorrales, me detuve jadiente y aguardĆ© el desarrollo de los acontecimientos. El campo comunal alrededor de los arenales estaba salpicado de gente que, como yo, miraba con terror y fascinación a esas criaturas, o mejor dicho, al montón de tierra levantado al borde del pozo en el cual se hallaban, y luego, con renovado terror, vi un objeto redondo y negro que sobresalĆa del pozo.
Era la cabeza del dependiente que cayera en Ć©l. De pronto logró levantarse y apoyar una rodilla en el borde, pero volvió a deslizarse hacia abajo hasta que sólo quedó visible su cabeza. SĆŗbitamente desapareció y me pareció oĆr un grito lejano. Tuve el impulso momentĆ”neo de correr a prestarle ayuda, pero fue mĆ”s fuerte mi pĆ”nico que mi voluntad. Luego no se vio nada mĆ”s que los montones de arena proyectados hacia afuera por la caĆda del cilindro. Cualquiera que llegara desde Chobham o Woking se habrĆa asombrado ante el espectĆ”culo.
Una multitud de unas cien o mĆ”s personas paradas en un amplio cĆrculo irregular, en zanjas, detrĆ”s de matorrales, portones, cetos, hablando poco y mirando con fijeza hacia unos cuantos montones de arena. La carretilla de gaseosas destacabase contra el cielo carmesĆ, y en los arenales habĆa una hilera de vehĆculos cuyos caballos pateaban el suelo o comĆan tranquilamente el grano de los morrales pendientes de sus cabezas. CapĆtulo 5 El Rayo Calórico DespuĆ©s que hube visto a los marcianos salir del cilindro en el que llegaran a la tierra, una especie de fascinación paralizó por completo mi cuerpo.
Me quedĆ© parado entre los presos, con la vista fija en el montĆculo que los ocultaba. En mi alma librĆ”base una batalla entre el miedo y la curiosidad. No me atrevĆ a volver hacia el pozo, pero sentĆa un extraordinario deseo de observar su interior. Por esta causa, comencĆ© a caminar, describiendo una amplia curva en busca de algĆŗn punto ventajoso, y mirando continuamente hacia los montones de arena tras los cuales se ocultaban los reciĆ©n llegados. En cierta oportunidad vi el movimiento de una serie de apĆ©ndices delgados y negros, parecidos a los tentĆ”culos de un pulpo, que de inmediato desaparecieron.
DespuĆ©s se elevó una delgada vara articulada que tenĆa en su parte superior un disco, el cual giraba con un movimiento bamboleante. ĀæQuĆ© estarĆan haciendo? La mayorĆa de los espectadores habĆa formado dos grupos. Uno de ellos se hallaba en dirección a Woking, y el otro hacia Chobham. Evidentemente estaban pasando por el mismo conflicto mental que yo. HabĆa algunos cerca de mĆ, y me acerque a un vecino mĆo cuyo nombre ignoro. «”QuĆ© bestias horribles!Ā» me dijo. «”Dios mĆo! Ā”QuĆ© bestias horribles!Ā» Y volvió a repetir esto una y otra vez.
«¿Vio al hombre que cayó el pozo?Ā» le preguntĆ©. Mas no me respondió. Nos quedamos en silencio observando los arenales, y me figuro que ambos encontrĆ”bamos cierto consuelo en la compaƱĆa mutua. DespuĆ©s me desviĆ© hacia una pequeƱa elevación de tierra que tendrĆa un metro o mĆ”s de altura, y cuando le busquĆ© con la vista vi que se iba camino de Woking. Comenzó a oscurecer antes de que ocurriera nada mĆ”s. El grupo situado a la izquierda, en dirección a Woking, parecĆa haber crecido en nĆŗmero, y oĆ murmullos procedentes de ese lugar.
El que se encontraba hacia Chobham se dispersó. En el pozo no habĆa movimiento alguno. Fue esto lo que le dio coraje a la gente. TambiĆ©n supongo que los que acababan de llegar desde Woking ayudaron a todos a recobrar su confianza. Sea como fuere, al comenzar a oscurecer se inició un movimiento lento e intermitente entre los arenales. Este movimiento pareció cobrar fuerza a medida que continuaba el silencio y la calma en los alrededores del cilindro. Avanzaban grupitos de dos o tres, se detenĆan, observaban, volvĆan a avanzar, dispersĆ”ndose al mismo tiempo en un semicĆrculo irregular que prometĆa encerrar el pozo entre sus dos extremos.
Por mi parte, yo tambiĆ©n comencĆ© a marchar hacia el cilindro. Vi entonces a algunos cocheros y otras personas que habĆan entrado sin miedo en los arenales, y oĆ ruidos de cascos y ruedas. AvistĆ© de pronto a un muchacho que se iba con la carretilla de manzanas y gaseosas, y luego descubrĆ un grupito de hombres que avanzaban desde la dirección en que se hallaba Horsham. Se encontraban ya a unos treinta metros del pozo, y el primero de ellos agitaba una bandera blanca.
Era la delegación. HabĆase efectuado una apresurada consulta, y como los marcianos eran sin duda alguna inteligentes, a pesar de su aspecto repulsivo, se resolvió tratar de comunicarse con ellos y demostrarles asĆ que tambiĆ©n nosotros poseĆamos facultades razonadoras. La bandera se agitaba de derecha a izquierda. Yo me encontraba demasiado lejos para reconocer a ninguno de los componentes del grupo, pero despuĆ©s supe que Ogilvy, Sten y Henderson estaban entre ellos. La delegación habĆa arrastrado tras de sĆ, en su avance a la circunferencia del que era ahora un cĆrculo casi completo de curiosos, y un nĆŗmero de figuras negras las seguĆan a distancia prudente.
SĆŗbitamente se vio un resplandor de luz, y del pozo salió una gran cantidad de humo verde y luminoso en tres bocanadas claramente visibles. Estas bocanadas se elevaron a la distancia prudente, y un nĆŗmero de figuras negras las seguĆan a distancia prudente. La delegación habĆa arrastrado tras de sĆ, en su avance a la circunferencia del que ahora era un cĆrculo casi completo de curiosos, y un nĆŗmero de figuras negras las seguĆan a distancia prudente. SĆŗbitamente se vio un resplandor de luz, y del pozo salió una gran cantidad de humo verde y luminoso en tres bocanadas claramente visibles.
Estas bocanadas se elevaron una tras otra hacia lo alto de la atmósfera. El humo āllama serĆa quizĆ”s la palabra correctaā era tan brillante que el cielo y los alrededores parecieron oscurecerse momentĆ”neamente y quedar luego mĆ”s negros al desaparecer la luz. Al mismo tiempo, se oyó un sonido sibilante. MĆ”s allĆ” del pozo estaba el grupito de personas con la bandera blanca a la cabeza. Ante el extraƱo fenómeno, todos se detuvieron. Al elevarse el humo verde, sus rostros mostraronse fugazmente a mi vista con un matiz pĆ”lido verdoso, y volvieron a desaparecer al apagarse el resplandor.
El sonido sibilante se fue convirtiendo en un zumbido agudo, y luego en un ruido prolongado y quejumbroso. Lentamente se levantó del pozo una forma extraƱa, y de ella pareció emerger un rayo de luz. De inmediato saltaron del grupo de hombres grandes y amaradas que fueron de uno a otro. Era como si un chorro de fuego invisible los tocara y estallase en una blanca llama. Era como si cada hombre se hubiera convertido sĆŗbitamente en un atea. Luego, a la luz misma que los destruĆa, los vi tambalearse y caer, mientras que los que estaban cerca se volvĆan para huir.
Me quedĆ© mirando la escena sin comprender aĆŗn que la muerte era lo que saltaba de un hombre a otro en aquel gentĆo lejano. Todo lo que sentĆ entonces era que se trataba de algo raro. Un silencioso rayo de luz cegadora y los hombres caĆan para quedarse inmóviles, y al pasar sobre los pinos la invisible ola de calor, Ć©stos estallaban en llamas, y cada seto y matorral convertĆanse en una hoguera, y hacia la dirección de Gnafil vi el resplandor de los Ć”rboles y edificios de madera que ardĆan violentamente.
Esa muerte ardiente, esa inevitable ola de calor, se extendĆa en los alrededores con rapidez. La notĆ©. La notĆ© acercarse hacia mĆ por los matorrales que tocaba y encendĆa y me quedĆ© demasiado aturdido para moverme. OĆ el crujir del fuego en los arenales y el sĆŗbito chillido de un caballo que murió instantĆ”neamente. DespuĆ©s, fue como si un dedo invisible y ardiente pasara por los bresos entre el lugar en que me encontraba y el sitio ocupado por los marcianos, y a lo largo de la curva trazada mĆ”s allĆ” de los arenales comenzó a humear y resquebrajarse el terreno.
Algo cayó con un ruido estrepitoso en el lugar en el que el camino de la estación de walking llega al campo comunal. Luego cesó el zumbido, y el objeto negro, parecido a una cĆŗpula, se hundió dentro del pozo, perdiĆ©ndose de vista. Todo esto habĆa ocurrido con tal rapidez que estuve allĆ inmóvil y atontado por los relĆ”mpagos de luz sin saber quĆ© hacer. De haber descrito el rayo un cĆrculo completo es seguro que me hubiera alcanzado por sorpresa, pero pasó sin tocarme y dejó los terrenos de mi alrededor ennegrecidos y casi irreconocibles.
El campo parecĆa ahora completamente negro, excepto donde sus caminos se destacaban como franjas grises bajo la luz dĆ©bil reflejada desde el cielo por los Ćŗltimos resplandores del sol. En lo alto comenzaban a brillar las estrellas y hacia el oeste veĆanse aĆŗn los destellos del dĆa moribundo. Las copas de los pinos y los techos de Horsel destacaronse claramente contra esos Ćŗltimos resplandores en Occidente. Los marcianos y sus aparatos eran ya completamente invisibles, excepción hecha del delgado mĆ”stil, en cuyo extremo continuaba girando el espejo.
AquĆ y allĆ” se veĆan cetos y Ć”rboles que humeaban todavĆa, y desde las casas de Woking se elevaban grandes llamaradas hacia lo alto del cielo. Con excepción de esto, y el tremendo asombro que me embargaba, nada habĆa cambiado. El grupito de puntos negros con su bandera blanca habĆa sido exterminado sin que se turbara mucho la paz del anochecer. Hasta entonces no comprendĆ que me encontraba allĆ indefenso y solo. SĆŗbitamente, como algo que me cayera de encima, me asaltó el miedo.
Con gran esfuerzo me volvĆ y comencĆ© a correr a tropezones por entre los bresos. El miedo que me dominaba no era un miedo racional, sino un terror pĆ”nico, no solo a causa de los marcianos, sino tambiĆ©n debido a la tranquilidad y el silencio que me rodeaban. Tal fue su efecto que corrĆ llorando como un niƱo. Cuando hubo emprendido la carrera, ni una sola vez me atrevĆ a volver la cabeza. Recuerdo que tuve la impresión de que estaban jugando conmigo, y que en pocos minutos, cuando estuviera a punto de salvarme, esa muerte misteriosa, tan rĆ”pida como el paso de la luz, saltarĆa tras de mĆ para matarme.